El círculo rojo marca más o menos el ‘cementario de naves espaciales’, una región remota en el Pacífico sur, a medio camino entre Australia (izq.) y América del Sur (dcha.) donde se tira la basura espacial y donde las agencias gustan de estrellar las naves que ya no sirven. Imagen: Tentotwo.
Antes o después todos los vehículos espaciales llegan al final de su existencia. Recientemente le llegó la hora a la Messenger, una sonda de la NASA que se estrelló contra la superficie de Mercurio a 14 000 kilómetros por hora —convirtiéndose en uno de los cráteres del planeta que estudió durante toda su vida.Otras formas de decir adiós a las naves espaciales incluyen ‘dejarlas por ahí’, caso de las numerosas sondas que están aparcadas en la Luna, en Marte, Venus e incluso Titán; también hay vehículos que yacen sobre asteroides y cometas. Otras naves se quedan en órbita dando vueltas alrededor del Sol —hay unas veinte de EE UU, dieciséis de rusas, cinco europeas y siete japoneses terminando sus días al sol —como un jubilado británico en Torremolinos. También en órbita alrededor de la Tierra en una ‘órbita cementerio’ donde pueden quedarse durante miles de años o terminar cayendo, destruyéndose en la atmósfera terrestre. Otras opciones pasan por destruirlas con misiles, pero eso guarrea mucho la órbita. O basta con mandarlas hacia lo desconocido —caso de las míticas sondas Voyager, entre otras. O simplemente estrellarlas, como la Messenger contra Mercurio o los casos de otros vehículos espaciales que se han lanzado a propósito contra la Tierra, normalmente hacia el ‘cementerio de naves’: una zona remota del Océano Pacífico donde a las agencias les gusta tirar sus jugetes rotos, caso de la estación espacial Mir. También ahí acaba una parte de la basura producida por los vecinos de arriba, los de la Estación Espacial Internacional.
Pero dejar un cráter de 16 metros de diámetro en suelo extraterrestre no es la única manera en que una nave espacial finaliza su misión.
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