Toda nueva tecnología sufre un rechazo por sistema, muy al estilo neoludita y los coches autónomos no son una excepción. En este gráfico de Statista pueden verse algunos de los miedos y preocupaciones que plantean más de mil «futuros consumidores» que se plantean circular en coche autónomo alguna vez. Veamos:
La mitad de las personas no se sentirían seguras, así, sin paños calientes. En cambio seguramente se sienten muy seguros en aviones que despegan y aterrizan solos –desde hace años– algo quizá no equivalente pero sí más o menos comparable en cuanto a «concepto».
Mucha gente también quiere «mantener el control» en todo momento aunque en otras situaciones similares de la vida cotidiana y los medios de transportes no lo tienen (y no solo en el ascensor: tampoco en algunos tranvías, metros e incluso autobuses «automáticos»). Tampoco quieren que el coche cometa errores, aunque las cifras están demostrando en su corta vida que cometen menos errores que los conductores humanos.
El resto son otras cuestiones un tanto peregrinas: que si «es que me gusta conducir» (sí, pero puede ser más peligroso); que «no sé mucho de la tecnología» (menos sabemos la mayoría de ingeniería aeronáutica) o les preocupa «que puedan hackear el coche» (como si eso fuera posible de forma razonable en la práctica «en condiciones normales»).
En fin, nada distinto a lo que se tuvieron que enfrentar los coches cuando se inventaron, por no hablar de los aviones ¡o incluso las bicicletas! Sí: también había gente que pensaba que el maligno invento de dos ruedas causaría accidentes terribles, que la gente circularía «atontada» chocándose con los árboles o que su uso causaría irreversibles lesiones a los ciclistas.
El eterno ciclo del rechazo a los avances tecnológicos, «edición coche autónomo».