La revista Nature ha publicado un estudio científico acerca de «los efectos de la meditación», algo que en sus diversas variantes es más popular hoy en día como mindfulness. La versión abreviada es que no hay evidencias de que sirva para nada. Tal y como cuenta el neurólogo Steven Novella en su blog NeuroLogica «es un hecho que resulta completamente poco sorprendente» para quienes entienden un poco de esos temas. De hecho llega a afirmar que meditar no es mucho mejor que ver la televisión.
El estudio completo de Kreplin, Farias y Brazil se titula The limited prosocial effects of meditation: A systematic review and meta-analysis y es una revisión sistemática realizada sobre el tema.
Una definición sencilla de «meditar» es simplemente sentarse y dejar la mente en blanco, intentando no pensar en nada sino más bien concentrarse en el momento y en sí mismo. Ahí surge uno de los primeros y es que «no hay una definición clara de la técnica» y luego resulta que cada maestrillo tiene su librillo.
Lo mejor que se puede decir, según el estudio es que por lo general es «un método para relajarse». Pero como más allá de eso las diversas variantes (y sus practicantes) caen en vagas definiciones y en afirmaciones del tipo «pues a mi me funciona» o «no sé exactamente lo que es, pero me va bien» se podría comparar con sentarse delante de la TV a ver un documental de animales o cualquier actividad similar. Sorpresa: ¡también relaja! Más barato, eso sí, porque te ahorras los libros y cursos.
Tampoco encontraron una mejora significativa en la socialización de quienes practican el mindfulness (se supone que es otra de sus ventajas), salvo algunas mejoras poco más que anecdóticas y que además, en el estudio, dependían de quién fuera el profesor del curso – indicando que seguramente hay un importante sesgo al respecto.
Novella también apunta al factor mediático que revolotea todas todas esas cosas «modernas y raras» en las que la gente cree:
Los medios de comunicación y el marketing hacen que haya cierta tendencia hacia las «nuevas ideas» mucho antes de que su eficacia haya sido demostrada adecuadamente. Y cuando ya están enraizadas en la cultura popular son difíciles de erradicar. El público termina creyendo muchas cosas que simplemente no son ciertas.
Cuando al cabo del tiempo los escépticos y los científicos señalan que no se había investigado adecuadamente cierto «fenómeno» –quizá veinte años después– se arguye que «la gente lo lleva practicando mucho tiempo» sin que nadie se preocupara por su validez científica. Por poner un ejemplo: todo el mundo cree que «los antioxidantes son estupendos para la salud», aunque la ciencia haya demostrado que no tienen ningún beneficio.
En la conclusión del trabajo los investigadores acaban prácticamente comparando la meditación con la religión, por sus supuestos beneficios e incluso su pretendida capacidad social para «hacer del mundo un lugar mejor». Dicen que al examinar la meditación o las prácticas de las religiones en condiciones de laboratorio «surgen debilidades metodológicas dado que es algo que está parcialmente inmerso en una neblina teórica». Que es lo menos que se puede decir intentando no ofender.
{Foto: Form @ Unsplash}