La Osa Mayor, sobre la que el Museo Americano de Historia Natural tiene este didáctico vídeo, es una de las constelaciones celestes más reconocibles en el hemisferio norte. Por un lado es una de las más brillantes; por otra sus dos estrellas más luminosas están bastante bien alineadas con la Estrella Polar de la Osa Menor, que también destaca por su brillo en el firmamento – de modo que es una forma fácil de relacionarlas.
Como es bien sabido los nombres y trazos imaginarios de las constelaciones son un invento de las civilizaciones antiguas; quienes también dieron nombres propios a las estrellas. Es algo en cierto modo práctico pero que despista un poco a los «principiantes» en esto de la astronomía – por no hablar del resto de la población. Pero lo cierto es que sería difícil empezar ahora a organizarlas de otra forma y asignarles nombres o numeritos fáciles de recordar: la cosa podría acabar peor que un catálogo de televisores del MediaMarkt o una anotación de un blog de tecnología.
A mi la verdad es que nunca me ha parecido una «osa» sino más bien un cazo (que es como se llama en muchos países) o incluso un carro (en otros tantos). En cualquier caso tiene y ha tenido muchos otros nombres.
Hoy en día sabemos que las estrellas que conforman los dibujos de una constelación muchas veces ni siquiera están en el mismo plano: unas están más cerca y otras más lejos –y pueden ser más o menos brillantes– como bien explica el vídeo. De las siete estrellas principales de la Osa Mayor por ejemplo las cinco intermedias están más o menos «agrupadas» (a distancias de entre 80 y 83 años-luz) pero Dubhe, en un extremo, está a 124 años luz y Benetnasch, en otro, a 104. Así que vistas desde una perspectiva no-terrestre su forma cambia bastante.
Por esta misma razón, y debido a la rotación del Sol y todas las demás estrellas alrededor del centro de la Vía Láctea con el paso del tiempo sus trazos aparentes vistos desde la Tierra cambian un poco. Hace falta mucho tiempo, eso sí: hace 5.000 años no era exactamente es como ahora pero dentro de 50.000 años estará todavía más «estirada».
Puede ser algo apenas inapreciable en el efímero suspiro que supone una vida humana respecto a la eternidad del cosmos, pero sin duda es una bonita danza celestial de todas las estrellas que pueblan nuestra pequeña galaxia.